viernes, 13 de septiembre de 2013

Ojos de universo.

La chica del espejo, de nuevo. Se observaba, medía sus fuerzas. Los rizos alborotados, el rimmel mal quitado y ojos de no haber dormido a pesar de haber estado tumbada en la cama con los ojos cerrados las reglamentarias ocho horas.

(Y escribir, y borrar lo escrito.)

Ella. Un misterio sin resolver ante el mundo, y se le agotaba el tiempo de soledad en su habitación, ella con sus letras, sus letras y ella, con la música calmándola y nada más. "Volver a la rutina" lo llamaban, y ella se perdía en planes de cómo acabar con Rutina a pesar de verse envuelta en ella.

Volver implicaba volver a preocuparse por su aspecto durante más horas de las necesarias, esbozar sonrisas y atender a explicaciones que nunca le habían enseñado cómo se debía o no amar, cómo se arreglaba un corazón roto o si había alguna salida del Vacío nocturno en el que se mecía.

Disfrutaba, a veces, de escuchar historias antiguas o poemas de antiguos escritores, pero los números en aquella pizarra se le antojaban más vacíos que su pecho, y...
¿Nadie iba a relatar la guerra que se libraba en su caja torácica, entre sus costillas, acercándose cada vez más al corazón, en alguno de esos bonitos libros llenos de ilustraciones y explicaciones?

Ella, la chica de los ojos de universo. Podías mirarla y perderte en ellos, si sabías perderte, si sabías mirarla. 

Pero, ¿Y si nadie sabía?

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