domingo, 1 de septiembre de 2013

Destrucción.

Su figura le devolvía una desafiante mirada desde el espejo. El cuerpo desnudo del reflejo nunca le había parecido suficientemente hermoso, aunque muchos lo calificasen de sensual. Pero había algunos que habían subido la mirada más arriba de su escote y se habían encontrado con aquella mirada rota, de batallas perdidas y una inminente derrota en aquella guerra interna que se libraba entre sus costillas, un bando dirigido por su cerebro y otro por su corazón herido.

Ella se acarició los brazos con suavidad, casi temiendo herir aquella frágil piel que cubría sus débiles huesos, y cerró los ojos para dejar de verse. Se imaginó en un bosque frío en medio de la más absoluta Nada, y cuando quiso abrir los ojos pudo constatar que seguía ahí, en su cálida habitación de la pared azul como el cielo en Verano, desnuda ante el espejo.

¿Qué más quieres, niña? – Le susurró una malvada voz en el fondo de su mente, como otras tantas veces.
– Que me quieran. – Murmuró, sin ser capaz de sostenerse la mirada a si misma en la cristalina superficie del objeto que colgaba de la pared.
¿Y por qué habrían de quererte?

Aquellas palabras la golpearon con más fuerza que muchas bofetadas. Lentamente se dejó caer sobre sus rodillas. Imágenes flotaban ante su mirada. Unos ojos marrones, casi negros, infantiles, que la observaban con media sonrisa en unos labios que debían de pertenecerle. Unos ojos verdes, unos brazos seguros para cobijarse en ellos, unos gritos, malas noticias, la Parca asomándose por la puerta de su habitación, y, y, y... 

Una lágrima se deslizó por su mejilla y se chocó ruidosamente contra el limpio suelo. 

Rompiendo el silencio,
rompiéndola a ella,
ella sólo podía destruirse del todo de una forma:
Destruyéndose ella.

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