Estás alegre, luego triste. La música enérgica suena con fuerza a través de tus auriculares, y en esos instantes te parece perfecta; el cielo azul parece estar llamándote para que salgas a pasear bajo él. Las sonrisas parecen ser sinceras. Entonces algo cambia y no entiendes el qué, pero lo notas en la forma de mirar desganada al bolígrafo azul que reposa sobre la mesa, en el teclear casi tedioso sobre tu teclado y la imperiosa necesidad de poner música triste, música de piano melancólico que te susurre 'ven conmigo'...
De nada sirve fingir, pero finges. Tu sonrisa ladeada no es la misma, y sólo quieres que llegue el momento de meterte en la ducha y dejar que el agua cálida se lleve la Tristeza de tu piel, porque desde pequeños creemos que el agua todo lo cura.
Podrías echarle las culpas a muchas personas, pero sabes que realmente la única persona a la que puedes reprender es a ti misma; al fin y al cabo, tú te has dejado caer a pesar de saber que no debieras; no has sabido controlar la caída. Pero todo irá mejor.
Después de la ducha.
¿Por qué, de repente, ninguna canción alegre me habla de ti?
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